¿El peronismo “sin” Perón o el peronismo “de” Perón?

¿El peronismo “sin” Perón o el peronismo “de” Perón?

¿El peronismo “sin” Perón o el peronismo “de” Perón?

Desde 1983 a la actualidad gobierna un peronismo sin Perón, un experimento siniestro que tiene una larga tradición y muchos nombres propios que llegan hasta nosotros

Julio Piumato

Por

Julio Piumato

8 de Octubre de 2021

Secretario General de la Unión de Empleados de la Justicia de la Nación

 

La asunción de Juan Domingo Perón en 1946 (Getty)

Hoy se cumplen 126 años del nacimiento del hombre que cambió el rumbo colonial de la Argentina. Quien, además de realizador, fue el símbolo cabal de la esperanza porque su fe, su creencia y su convicción en el triunfo de la emancipación argentina coincidió con la de nuestro pueblo en una fusión inquebrantable de amor y lealtad.

El hombre que tras un doloroso exilio de casi 18 años quebró por primera vez en la historia argentina el mandato del régimen de que el patriotismo debía pagarse con el destierro, impidiendo que sea Madrid reminiscencia de Southampton o de Boulogne-sur-Mer. Triunfaba con su regreso al país la verdad como única realidad y el General Perón era elegido por tercera vez como presidente de la Argentina con el 63 % de los votos, para poner nuevamente en marcha el proyecto de la Argentina potencia que había sido abortado a sangre y fuego en 1955.

Era la culminación de la épica nacida el 17 de Octubre y la restauración de los mejores años vividos por el pueblo argentino que con la revolución justicialista había concretado en sólo una década un Proyecto Nacional independiente con plena justicia social, enmarcado en una propuesta civilizatoria alternativa plasmada en la comunidad organizada con centro en la dignidad de la persona humana realizada colectivamente en plenitud. Estoy hablando de la Argentina que fuimos: erguida orgullosamente en el teatro de las naciones, libre y soberana, con poder nacional nacido de la voluntad política de negar el supuesto destino pastoril que otros habían señalado para nosotros, que a la par de que recuperaba patrimonio nacional, con conciencia argentina levantaba chimeneas a lo largo y ancho de nuestro suelo para asentar el principio filosófico de que el único ordenador comunitario era el trabajo digno.

Al momento en que escribo estas líneas me viene a la memoria la voz del zorzal criollo entonando los versos de “Cuesta abajo” de Le Pera con aquello de “La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, síntesis poética que traduce hoy para mí el devenir de la infamia nacional en la que estamos sumidos hace décadas. El país que podríamos haber sido y no fuimos. Que no nos dejaron ser. El país que queremos realizar y que sólo será posible haciendo nacer otra vez a Perón que, a pesar de aplazamientos, para millones de argentinos sigue naciendo, nunca dejó de nacer.

Sucede que desde 1983 a la actualidad gobierna un peronismo sin PerónExperimento siniestro que tiene una larga tradición y muchos nombres propios que llegan hasta nosotros. Que se anuda primero con el vandorismo, para luego continuar con Montoneros que, en definitiva, buscaba lo mismo: un peronismo sin Perón que, evidentemente, no era justicialismo sino su propia negación. El itinerario es largo pero ensayemos sucintamente algunos mojones: dos días después del arrollador triunfo electoral los “mercenarios al servicio del dinero extranjero” asesinaban a José Ignacio Rucci para “cortarle las patas a Perón”. Cuestionaron y disputaron públicamente su conducción conforme a los mandatos del imperialismo norteamericano y de los poderes perennes con sede en Londres. Y tras su paso a la inmortalidad, desobedecieron a su esposa, María Estela Martínez, que lograra por la consagración de los derechos cívicos y políticos de la mujer con Eva Perón, ser la primera mujer electa al Poder Ejecutivo Nacional, primero como vicepresidente y luego como presidente.

Luego vino el golpe de Estado de 1976 que retrotrajo al país a la situación de dependencia de la década infame poniendo las mangueras a chorrear para afuera con un programa económico de especulación sobre la producción, de desnacionalización sobre la economía nacional, del individualismo sobre la solidaridad y de concentración económica sobre la justicia social que tuvo en la Ley de Entidades Financieras su columna vertebral, transformando con ella el ahorro nacional que había sido eje de financiación del consumo popular y de la inversión pública, en botín de la especulación financiera trasnacional, iniciando un proceso de saqueo incesante de nuestras riquezas que se continúa al momento en que esto escribo. Curiosamente, escuchamos a diario, en boca de los candidatos del liberalismo en este año electoral, repetidos los cantos de sirena del discurso que el 2 de abril de 1976 diera Martínez de Hoz, al momento de definir con tremenda claridad la política económica del modelo de país que venía a inaugurar el terrorismo de Estado.

En 1983, la vuelta a una democracia de tipo liberal superada en el período 1973-1976 por un modelo de democracia social, orgánica y directa, devolvió a los argentinos derechos civiles y políticos, pero nunca restituyó a los trabajadores los derechos conculcados. Así, los trabajadores pagábamos el costo de una dirigencia sin conciencia nacional que mantendría inalterable el esquema económico heredado. Y digo más: ningún autodenominado peronista continuó con el testamento político de Perón, el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. El General patriota no sólo murió simbólicamente con las “patas cortadas”, luego le “cortaron las manos” como indicio de lo que vendría luego de 1987 en tanto antítesis de su ideario, sino que además le “cortaron la cabeza” cuando se horizontalizó la verticalidad del movimiento y se proscribió tanto la jefatura natural de Isabel en 1982, como la doctrina justicialista, la noción de planificación y la de Proyecto Nacional en términos integrales.

Terminaba de consolidarse de los años noventa hasta aquí el tan mentado peronismo sin Perón. Volvieron a proscribir la Constitución de 1949 en 1994 con la misma ilegitimidad que en 1957. Trocaron el Partido Justicialista en un fin y ya no un medio. Metieron de lleno las internacionales liberal burguesa en los noventa y socialdemócrata en el 2003. Terminaron de enajenar el patrimonio nacional y privatizaron los servicios públicos. Pretendieron hacer del peronismo no una filosofía, sino una quimera anti popular, anti cristiana y desnudamente materialista. Desarmaron las Fuerzas Armadas. Destruyeron las escuelas técnicas y las de formación de cuadros. Trocaron trabajo por asistencialismo. Y varios etcéteras que traducen el desolador diagnóstico que bosquejara en este mismo medio días atrás, Carlos Leyba: “La pobreza se multiplicó por 23 en menos de 50 años. Alcanzó a 40,6 % de la población. La indigencia superó al 10 % de los argentinos, a pesar de los planes sociales que compensan exclusión. (…) Tenemos 18,8 millones de pobres y 4,9 de indigentes”.

Y remontándose a la última Argentina de Perón será taxativo: “Hace 47 años el Indec medía 800 mil personas pobres. Desde entonces la población se duplicó y el número de pobres se multiplicó por 23. Un fenómeno único. (…) Mirar las cifras de aquél pasado causa asombro, nostalgia e indignación. En ese tiempo los pobres -4%- (…) “eran pobres” y no era “pobreza” (…) “la pobreza” es un estacionamiento. En aquél entonces ser pobre era un breve estado transitorio: sin hijos de la pobreza. Otra sociedad, otra estructura económica, destruida deliberadamente por razones ideológicas. Primero fue el ataque delirante de la guerrilla socialista, disculpada por la historia por ser obra de “jóvenes idealistas”; y después la Dictadura Genocida”. Y el economista dará en el blanco al momento de señalar que frente a este panorama, “ninguno aventura volver al 4 % de 1974″, borrado de un plumazo como si no hubiera existido, naturalizando que el esquema de la dependencia y el saqueo, la pobreza y el dolor social arrastrado por décadas fuesen parte de la naturaleza inmóvil de la Argentina y, por ende también, de un “peronismo” que, negando su verdadera esencia, identidad e historia, se convirtió en una máquina de reproducir pobres como administrador de las migajas del país semicolonial.

En nuestros días el 70 % de los menores de 14 años son pobres. O sea, siete de cada diez niños que alguna vez fueron los “únicos privilegiados” que nacen hoy en la Argentina van a crecer en un hogar pobre o indigente. Sabemos que un niño mal alimentado durante los primeros cinco años de vida no madura su sistema nervioso en ausencia de los nutrientes básicos indispensables para su desarrollo. Un indiscutible genocidio. Resulta falsa de toda falsedad la declamación de igualdad de oportunidades esgrimida por el progresismo cuando la oportunidad básica, la biológica, es cercenada por lesiones irreversibles.

El Justicialismo fue realidad y no utopía. Perón había dicho que “nunca hubo nuevos rótulos” que calificaran nuestra doctrina y por eso no hay excusas para que sea un ideal imposible aún en las condiciones adversas que impone el nuevo orden mundial y a pesar de una dirigencia postrada al servicio del extranjero y de sus intereses particulares. Porque acá estamos, quizá desunidos, desorganizados y asediados, pero de pie. Lo que nunca podrán “cortar” es el sentir peronista porque la espiritualidad trasciende la arrogancia de los hombres y obra a favor del sentir cristiano y humanista del auténtico peronismo. Tanto es así, que un pensador geográficamente alejado de nuestro suelo como es el ruso Alexandr Dugin, en su visita a nuestro país invitado por el Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos que presido junto con el filósofo Alberto Buela, aseveró que el General Perón continúa siendo la figura más paradigmática del siglo XX, el único hombre de Estado que estuvo dispuesto a sentar en la mesa de discusión a todas las corrientes del pensamiento occidental en el Congreso de Filosofía de 1949.

Así como hacia 1946 Perón llamaba a “¡producir, producir, producir!”, hoy más que nunca y con el mismo objetivo la única solución posible también es con “P” como lo fue en 1973 y seguirá siéndolo en el futuro: “Perón”. Un peronismo con Perón o la nada, empujados por la convicción de que sabremos cumplir con nuestro deber de hacer hoy y de sembrar para mañana. Limpios de corazón, continuando la tarea de restituir los valores nacionales porque la verdad del ser nacional es la única que nos permitirá restaurar la Nación entre los escombros de la vergüenza actual. En El siglo de Perón, Alain Rouquié, confirma lo que muchos de nosotros sabemos, cuando argumenta que las ideas de Perón son del siglo XXI porque su filosofía continúa siendo una respuesta universal a la resolución de los problemas del mundoPor eso insisto: un peronismo sin Perón no es peronismo. Un peronismo con Perón o perpetuar la senda de la frustración nacional. Las cartas están echadas.