¿Cómo termina la crisis de Ucrania?

Artículo publicado el 05.03.2014 en el Washington Post.

¿Cómo termina la crisis de Ucrania?

¿Cómo termina la crisis de Ucrania?

Por: Henry Kissinger, secretario de Estado yanqui de 1973 a 1977.

 

Artículo publicado el 05.03.2014 en el Washington Post.

 

La discusión pública sobre Ucrania es pura confrontación. Pero ¿sabemos adónde vamos? En mi vida he visto comenzar cuatro guerras con gran entusiasmo y apoyo público, en todas ellas sin saber cómo iban a terminar y en tres de ellas nos retiramos unilateralmente. El test de la política está en saber cómo termina, no cómo comienza.

 

Demasiado frecuentemente la cuestión ucraniana se la expone como un enfrentamiento: si Ucrania va a unirse al Este o al Oeste. Pero si Ucrania quiere sobrevivir y prosperar, no debe tomar posiciones por un lado u otro – debería funcionar como un puente entre ellos.

 

Rusia debe aceptar que tratar de forzar a Ucrania al status de satélite, moviendo así nuevamente la frontera rusa, condenaría a Moscú a repetir su historia de ciclos de entropía recíproca de presiones con Europa y EEUU.

 

Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser sólo un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que fue llamado el Rus de Kiev. La religión rusa se proyecta desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia por siglos, y sus historias se entrelazan antes de eso. Algunas de las batallas más importantes por la libertad de Rusia, comenzando por la batalla de Poltava en 1709, fueron peleadas en suelos ucranianos. La Flota del Mar Negro – el medio ruso para proyectarse al Mediterráneo – está basada en un arrendamiento de largo plazo de Sebastopol en Crimea. Famosos disidentes como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky, insistieron que Ucrania fue parte integral de la historia rusa y, por cierto, de Rusia.

 

Europa debe reconocer que su burocrática dilación y subordinación de los elementos estratégicos a cuestiones políticas internas al negociar la relación de Ucrania con Europa, contribuyeron a transformar las negociaciones en una crisis. La Política Exterior es el arte de establecer prioridades.

 

Los ucranianos son el elemento decisivo. Viven en un país con una historia compleja y una composición políglota. La parte occidental fue incorporada a la URSS en 1939, cuando Stalin y Hitler se dividieron los spoils. Crimea, cuyo 60% de población es rusa, llegó a ser parte de Ucrania sólo en 1954. Cuando Nikita Kruschov, nacido en Ucrania, la regaló a Ucrania como parte de la celebración de los 300 años del acuerdo de Rusia con los Cosacos. La parte occidental es ampliamente católica; la oriental ortodoxa. Los del oeste hablan ucraniano, los del este mayoritariamente ruso. Cualquier intento de un lado de Ucrania de dominar al otro – como ha sido el paradigma – llevaría al estallido de una guerra civil. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación este – oeste entramparía por décadas cualquier perspectiva de llevar a Rusia y occidente – especialmente a Rusia y Europa – a un sistema de cooperación internacional.

 

Ucrania ha sido independiente por sólo 23 años; previamente ha estado en formas de dominación extranjera desde el siglo XIV. No es sorpresa entonces que sus líderes no hayan aprendido el arte de los compromisos, menos aún desde una perspectiva histórica. La política ucraniana post independencia demuestra claramente que la raíz del problema está en los esfuerzos de los políticos ucranianos de imponer su voluntad a las partes recalcitrantes de su país, primero de una facción, luego de la otra. Esa es la esencia del conflicto entre V. Yanukovich y Yulia Timoshenko. Ellos representan las dos alas de Ucrania y no estuvieron dispuestos a compartir el poder. Una política norteamericana inteligente hacia Ucrania sería buscar un camino de cooperación entre las dos partes del país. Deberíamos buscar la reconciliación, no la dominación de la otra facción.

 

Rusia y occidente no han actuado bajo este principio. Mucho menos aún las diversas facciones ucranianas. Cada uno de ellos ha empeorado la situación. Rusia no debería imponer una solución militar sin aislarse, en un tiempo en que muchas de sus fronteras son aún precarias. Para Occidente, la demonización de Putin no es una política, es apenas una mascarada por la ausencia de una política.

 

Putin debería darse cuenta que, cualesquiera que sean sus agravios, una política de imposición militar producirá otra Guerra Fría. Por su parte, los EEUU deben evitar tratar a Rusia como una aberración a la que hay que enseñar pacientemente reglas y conductas establecidas por Washington. Putin es un estratega serio – sobre la base de la historia rusa. Comprender la psicología y los valores de los políticos norteamericanos no ha sido uno de sus puntos fuertes.

 

Los líderes de todos lados deberían volver a examinar los resultados, no competir en posturas o propuestas. Aquí expongo mi visión de un resultado compatible con los valores e intereses de todos lados:

 

    Ucrania debería tener el derecho de elegir libremente sus asociaciones políticas y económicas, incluyendo aquellas con Europa.

    Ucrania no debería unirse a la OTAN, una posición que yo tomé hace siete años, cuando salió la última vez este asunto.

    Ucrania debería ser libre de establecer cualquier gobierno compatible con la expresa voluntad de su gente. Líderes ucranianos inteligentes deberían optar por una política de reconciliación entre las variadas partes de su país. Internacionalmente, deberían postular una política parecida a la de Finlandia. Esa nación no deja ninguna duda acerca de su fuerte independencia y coopera con Occidente en la mayoría de los campos, pero evita cuidadosamente hostilidades institucionales hacia Rusia.

    Es incompatible con las reglas del actual orden mundial que Rusia se anexe Crimea. Pero podría ser posible poner las relaciones de Crimea con Ucrania sobre una base menos tensa. Con ese fin, Rusia reconocería la soberanía ucraniana sobre Crimea. Ucrania debería reforzar la autonomía de Crimea en elecciones con presencia de observadores internacionales. Este proceso tendría que eliminar cualquier ambigüedad acerca del status de la Flota del Mar Negro en Sebastopol.

 

Estos son principios, no prescripciones. La gente familiarizada con la región sabrá que no todos ellos serían muy aceptables para todas las partes. La prueba no es la satisfacción absoluta sino un balance con los desacuerdos. Si no se puede alcanzar, alguna solución basada en estos elementos u otros comparables, la caída hacia el enfrentamiento se va a acelerar. El tiempo para ello va a venir muy pronto.

 

Con demasiada frecuencia la cuestión ucraniana se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser el puesto de avanzada de ninguno de los dos bandos contra el otro, sino que debe funcionar como un puente entre ellos. Rusia debe aceptar que intentar forzar a Ucrania a un estatus de satélite, y con ello desplazar de nuevo las fronteras de Rusia, condenaría a Moscú a repetir su historia de ciclos autocumplidos de presiones recíprocas con Europa y Estados Unidos.

 

Occidente debe comprender que, para Rusia, Ucrania nunca podrá ser un simple país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó Kievan-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania forma parte de Rusia desde hace siglos, y sus historias estaban entrelazadas desde antes. Algunas de las batallas más importantes por la libertad de Rusia, empezando por la batalla de Poltava en 1709, se libraron en suelo ucraniano. La Flota del Mar Negro -el medio de Rusia para proyectar su poder en el Mediterráneo- tiene su base en Sebastopol, en Crimea, mediante un contrato de arrendamiento a largo plazo. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia.

 

La Unión Europea debe reconocer que su dilación burocrática y la subordinación del elemento estratégico a la política interna en la negociación de la relación de Ucrania con Europa contribuyeron a convertir una negociación en una crisis. La política exterior es el arte de establecer prioridades.

 

Putin debería darse cuenta de que, sean cuales sean sus agravios, una política de imposiciones militares produciría otra Guerra Fría. Por su parte, Estados Unidos debe evitar tratar a Rusia como un aberrante al que hay que enseñar pacientemente las normas de conducta establecidas por Washington. Putin es un estratega serio, según las premisas de la historia rusa. Entender los valores y la psicología de Estados Unidos no es su fuerte. Tampoco la comprensión de la historia y la psicología rusas han sido un punto fuerte de los responsables políticos estadounidenses.

 

Los ucranianos son el elemento decisivo. Viven en un país con una historia compleja y una composición políglota. La parte occidental se incorporó a la Unión Soviética en 1939, cuando Stalin y Hitler se repartieron el botín. Crimea, cuyo 60% de la población es rusa, no pasó a formar parte de Ucrania hasta 1954, cuando Nikita Kruschov, ucraniano de nacimiento, se la regaló como parte de la celebración del 300º aniversario de un acuerdo ruso con los cosacos.

 

El oeste es mayoritariamente católico; el este, mayoritariamente ortodoxo ruso.

 

El Oeste habla ucraniano; el Este habla mayoritariamente ruso. (Nota: la diferencia entre ambos idiomas es mínima. Los actuales gobernantes prohibieron el idioma ruso en la vida pública).

 

Cualquier intento de un ala de Ucrania de dominar a la otra -como ha sido la pauta- conduciría finalmente a la guerra civil o a la ruptura. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste echaría por tierra durante décadas cualquier perspectiva de llevar a Rusia y Occidente -especialmente a Rusia y Europa- a un sistema internacional cooperativo. Ucrania es independiente desde hace sólo 23 años; anteriormente había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde el siglo XIV. No es de extrañar que sus dirigentes no hayan aprendido el arte del compromiso, y menos aún el de la perspectiva histórica. La política de Ucrania posterior a la independencia demuestra claramente que la raíz del problema radica en los esfuerzos de los políticos ucranianos por imponer su voluntad a las partes recalcitrantes del país, primero por una facción y luego por la otra.

 

Esa es la esencia del conflicto entre Víktor Yanukóvich y su principal rival política, Yulia Timoshenko. Representan las dos alas de Ucrania y no han estado dispuestos a compartir el poder. Una política inteligente de Estados Unidos hacia Ucrania buscaría la manera de que las dos partes del país cooperen entre sí.

 

Debemos buscar la reconciliación, no el dominio de una facción